Juan Antonio Montero. Psicólogo

El término “cognición” se ha popularizado en los últimos tiempos, unido en muchas ocasiones al concepto de “funciones cognitivas” o “capacidades cognitivas”, como también se conoce. Se debe sin duda al auge de las Neurociencias y del conocimiento del cerebro, y también al desembarco de estos saberes en la educación.

De hecho, cognición proviene del latín cognoscere, que significa “conocer”, y no puede estar mejor traído, porque las funciones cognitivas facilitan el conocimiento, recogiendo, comprendiendo, procesando y guardando en la memoria información, para recuperarla y utilizarla dónde, cómo y cuándo nos convenga, permitiendo así que nos desenvolvamos en el mundo que nos rodea.

Cohabitan con otras funciones o capacidades que nos permiten adaptarnos al entorno y dar respuesta a las exigencias de éste, como pueden ser las funciones emocionales o motoras, por ejemplo. Gracias a estas últimas y cuando las realizamos de forma coordinada, podemos andar, coger un objeto o pulsar la tecla para subir la siguiente página cuando acabe de leer ésta en la que se halla ahora.

Las funciones cognitivas por su parte son las que nos permiten imaginar lo que voy a hacer mañana, pedir un refresco en la cafetería, recapacitar sobre por qué me equivoqué de manera penosa en una de las preguntas del examen que hice ayer, atender a la señal de tráfico que indica una curva peligrosa, reconocer a las personas que nos rodean, fijarme especialmente en una persona concreta porque no la conozco, escoger los ingredientes necesarios para determinada receta india, o percibir sin ningún esfuerzo consciente el ruido de las aspas del ventilador que tengo en el techo. Como verá, en todas ellas subyacen procesos mentales que utilizamos para adaptarnos de la mejor manera posible al entorno, o en última instancia para lograr nuestra supervivencia.

Como puede apreciarse, todas estas habilidades tienen un sustrato común, que es el procesamiento de la información, aunque resulta evidente que la complejidad de unas y de otras es muy distinta, de ahí que se hable tradicionalmente de funciones cognitivas básicas y funciones cognitivas superiores. Aunque puede no haber unanimidad en la literatura sobre el tema, hay coincidencia en englobar dentro de las primeras, básicas, a la percepción, la atención y la memoria; y dentro de las segundas, superiores, al lenguaje, el razonamiento, las praxias, la orientación espacio-temporal y las funciones ejecutivas cerebrales. Podría decirse que las funciones básicas son la base para procesar y elaborar la información, las que permiten captarla y mantenerla en el “sistema”; las superiores se desarrollan a partir de las básicas, representan un nivel de procesamiento más elevado y nos distinguen del resto de las especies. Vamos a definirlas de modo breve comenzando por las básicas:

  • Percepción: Proceso a través de la cual los estímulos físicos captados por los sentidos son transformados en información psicológica. Nos sirve para reconocer objetos, personas, decidir si las cosas son iguales o diferentes, etc.
  • Atención: Proceso a través del cual podemos dirigir nuestros recursos mentales sobre algunos aspectos del medio, los más relevantes, o bien sobre la ejecución de determinadas acciones que consideramos más adecuadas entre las posibles. Focalizamos la atención en este artículo porque realmente nos interesa, desviamos nuestra atención a una de las dos conversaciones que estamos percibiendo, mantenemos la atención en una tarea rutinaria (contar todas las veces que aparece el número 7 en un gran listado de números), etc.
  • Memoria: Proceso por el cual somos capaces de codificar (la transformación interna que nos permite guardar en nuestro interior ideas, hechos, sentimientos o imágenes), almacenar (acomodar lo que hemos codificado en distintas partes de nuestro cerebro) y evocar información concreta (recuperada o traída al pensamiento consciente, aunque también podríamos hablar de las memorias inconscientes).

Veamos las superiores:

  • Lenguaje: Capacidad fundamental a la hora de relacionarnos. No solo a través del habla, sino como en este caso en donde nos hallamos, a través de la lectoescritura.
  • El razonamiento: Capacidad para establecer relaciones entre conceptos (la palabra “señal” es similar a “signo”), abstraer diferencias (los dos coches son muy parecidos, pero uno de ellos es menos contaminante), hacer deducciones lógicas (puedo deducir que el coche menos contaminante es posible que sea más caro porque su tecnología está menos desarrollada), etc.
  • Praxias: Capacidad para ejecutar movimientos intencionales y organizados, normalmente aprendidos. Decirle adiós con la mano a un amigo, atarse los cordones de los zapatos, realizar un saludo inclinándote si eres japonés… son ejemplos de la enorme cantidad de praxias con la que el ser humano se desenvuelve en su vida diaria.
  • Orientación espacio-temporal: Capacidad que nos permite tener presente y saber utilizar la información referida al lugar en que nos encontramos y al momento que vivimos.
  • Funciones ejecutivas cerebrales: Capacidad para coordinar múltiples y complejos procesos necesarios para iniciar y detener operaciones mentales, mantener la motivación y la persistencia, planificar, organizar cosas, etc. Por ejemplo, cuando calculo y pongo en marcha una intrincada serie de movimientos en una partida de ajedrez; o cuando voy a pintar un dibujo y organizo todos los materiales que voy a necesitar; o cuando tengo que realizar un viaje de negocios, y planifico todos los pasos (elección de horarios de los medios de transporte, reserva de billetes y de hoteles) que tengo que dar.

Como verá, todas estas funciones, desde las más sencillas hasta las más complejas, contribuyen a construir nuestro conocimiento y a mantener nuestra supervivencia. Podemos intentar mantenerlas de la mejor forma posible, porque ya se sabe bastante sobre cómo hacerlo, pero eso será ya materia de un próximo artículo.