Juan Antonio Montero. Psicólogo

La memoria es una de las capacidades cognitivas –las facultades mentales que nos permiten relacionarnos e interactuar con el entorno- denominadas clásicamente “básicas”, junto con la capacidad perceptiva y la atención. A nadie se le escapa la importancia de la memoria, o si somos más exactos, de “las memorias”, porque no tenemos solo un tipo de memoria.

Sin memoria no somos nada. Es una capacidad portentosa, susceptible de ser mejorada incluso partiendo del asombroso volumen de datos que podemos llegar a acumular de forma natural. Pero también es frágil y vulnerable, bien de modo transitorio y ahí podríamos referirnos al olvido, o de forma gradual e irreversible y en este caso ya hablaríamos de pérdida de memoria, como ocurre en la enfermedad de Alzheimer, por ejemplo.

A grandes rasgos se podría decir que la memoria es la capacidad que se encarga de la codificación o registro, almacenamiento y recuperación de la información que captamos a través de nuestros sentidos. Tiene por tanto un doble aspecto: la capacidad que tenemos para adquirir y almacenar una información, y la capacidad para recuperar esa información ya almacenada.

La memoria nos permite recordar acontecimientos, ideas, relaciones entre conceptos, sensaciones y en definitiva, los estímulos que en algún momento hemos experimentado. Es un proceso mental clave para el aprendizaje y por tanto, vital para la adaptación del ser humano, con un componente personal muy marcado: en buena medida, nosotros mismos podemos ser responsables de “tener una buena memoria” o de no tenerla.

Anatómicamente podemos relacionar la memoria con el hipocampo, pero son muchas las áreas cerebrales implicadas en esta capacidad. Podemos citar la corteza temporal que almacena los recuerdos de la infancia; el hemisferio derecho que guarda el significado de las palabras; los lóbulos frontales que organizan la percepción y el pensamiento; e incluso muchos de nuestros procesos automáticos que se encuentran ubicados en el cerebelo. Esta alta complejidad y el número de áreas implicadas, nos recuerdan una vez más que lo más exacto es hablar de tipos de memoria más que de una memoria única.

No podemos no recordar, aunque lo intentáramos, que la capital de Francia es París (memoria semántica); también, aquel que sabe montar en bicicleta, no tiene más que subirse en ella para pedalear con soltura (memoria procedimental), y eso hasta muy avanzada edad; siempre recordaremos (a no ser que nuestro cerebro ya se deteriore irreversiblemente) nuestro lugar de nacimiento (memoria episódica); y como una variedad de ésta, es posible que incluso volvamos a recordar el hecho, con emoción incluida, de la primera vez que fuimos al colegio (memoria autobiográfica).

También podríamos reproducir sin muchos problemas y siempre que prestemos la suficiente atención la serie 5 – 8 – 6 – 2 – 7, si nos la presentan durante dos segundos y nos piden que la reproduzcamos inmediatamente a continuación (memoria sensorial). También es relativamente sencillo recordar (sin que nos la repitamos mentalmente) la palabra “tranquilidad” al cabo de una hora si nos han propuesto memorizarla; pero ya es bastante más complicado recordar la palabra ficticia “triskosilopu” (memoria reciente); utilizando más o menos un procedimiento mental similar, podríamos recordar sin demasiado esfuerzo lo que hicimos el pasado sábado al mediodía: bastante más costoso sería ya –si no hacemos todos los sábados lo mismo- recordar lo que hicimos también al mediodía pero tres sábados atrás.

Recordamos incluso cosas y hechos que no sabíamos que recordábamos, cosas y hechos almacenadas en el desván de los recuerdos; y tenemos memorias inconscientes, muchas de ellas que surgen una y otra vez cuando la misma circunstancia se repite: un determinado olor o una fragancia agradable que experimentamos en nuestra niñez (de una colonia o de una flor, por ejemplo), vendrá acompañada de las mismas emociones felices cuando volvamos a exponernos a ella (memoria olfativa de los olores de la infancia).

Las memorias nos ayudan a adaptarnos al entorno y nos ayudan a definir quiénes somos. Sin la memoria, seríamos incapaces de aprender y no podríamos darle sentido a nuestro alrededor ni a nosotros mismos. Hay una pérdida natural de la capacidad memorística con el paso de los años, pero lo que sí se conoce muy bien gracias a los avances de la ciencia, es que una buena memoria depende también mucho de lo que nosotros hagamos por ella.